diumenge, 21 de juliol del 2013

LA LÁMPARA DE RICHTER, REFLEXIONES ACERCA DE LA MEMORIA EN LA INTERPRETACIÓN

Un petit article recuperat de fa uns quants anys.

Uno de los problemas a los que debe enfrentarse un pianista es el cambio de instrumento y su ubicación en un espacio acústico. 

A diferencia de la mayoría de instrumentistas, que usan su propio instrumento musical, los pianistas (y también los organistas en mayor medida) se encuentran cada vez con un nuevo piano. Este hecho provoca en el intérprete un motivo más de duda respecto al trabajo invertido en la preparación del concierto. Normalmente un nuevo piano tendrá un nuevo sonido, una pulsación diferente, una gradación dinámica distinta... en definitiva características sonoras que, sumadas al nuevo entorno acústico, podrán crear al músico un conflicto con aquella interpretación que tenía prevista de antemano. Si el pianista es neófito el problema se agravará (¡a menos que sea un genio o un inconsciente!).
Pocos son los pianistas que viajan con su propio piano, como hizo en sus últimos años Sviatoslav Richter quien, además, realizaba las giras a su gusto, escogiendo los lugares donde deseaba tocar y rechazando importantes salas que no le apetecían. Por cierto, tocaba con un Yamaha de gran cola y le acompañaba su técnico japonés. La verdad es que el piano sonaba muy bien, pero dudo mucho que ello se debiera únicamente al instrumento. En su madurez se rodeó de un halo de originalidad que sólo los grandes intérpretes se pueden permitir. Richter no tenía complejos: en los hoteles estudiaba con un piano digital y en los conciertos tocaba con partitura y con la iluminación de una sola una lámpara que creaba un ambiente de concentración y misticismo. En uno de los conciertos a los que asistí, en la iglesia de Cadaqués, se produjo casi una catarsis entre los asistentes que llenaban el templo sin apenas haberse anunciado el recital. Estaban casi todos los pianistas catalanes, cosa inaudita en un concierto que, por otra parte, se daba en una localidad tan remota.
El caso de Richter es significativo porque rompe, a su manera, los moldes tradicionales del recital de piano en el siglo XX. Programa variado, a menudo anunciado en el último momento, interpretación con partitura, gira-páginas personal, piano propio, espacios escogidos por sus condiciones acústicas y ambientales y, sobre todo, una dosis de música interpretada de forma excelente y personal que, contra la opinión de algunos que criticaban su originalidad y su “falta de memoria” fue un referente para muchos pianistas que descubrieron en el maestro un hombre que comenzó su carrera como explosivo virtuoso y la acabó como músico místico e interior.
Richter recomendaba a los jóvenes tocar con partitura ya que, así, podían abarcar un repertorio mucho más amplio y perder el pánico escénico. Eso no parece haber calado mucho entre los nuevos pianistas que siguen inclinándose hacia moldes tradicionales aún cuando el recital de piano, hay que reconocerlo, no pasa hoy por sus mejores momentos.
El asunto de la memoria tiene sus momentos históricos. Partamos del principio que la memoria es fundamental para poder interpretar: con o sin partitura, siempre se toca con unos reflejos memorizados - incluso, aunque en menor medida, en la improvisación -. La repentización sólo sirve para tocar más o menos y es muy útil para determinados trabajos y oficios musicales, pero muy poco para la interpretación correcta y consciente - y subconsciente o interior -. No hay que confundir tocar con partitura a tocar leyendo a vista. El argumento de que el pianista que toca con partitura comunica menos sólo puede ser defendido por quienes no escuchan y buscan en el concierto una estética visual predeterminada. ¿Por qué no comunica un intérprete con partitura? Cierre usted los ojos y dedíquese a escuchar. Si la interpretación es ajustada, no debería haber ninguna diferencia. Además, en el caso del piano, la posición lateral del intérprete impide la comunicación del rostro con el público, toque con partitura o sin ella.
Tal vez la lámpara de Richter no pretendía otra cosa que convencer a los estetas del espectáculo que era posible crear un clima a pesar de la presencia de la odiada partitura.
Hay quien piensa que la partitura limita la libertad interpretativa o que su presencia indica una falta de interiorización de la obra musical. A mi juicio esto es falso. Posiblemente un músico con grandes dotes memorísticas interpretará muy bien una pieza, pero la cualidad de su interpretación no se deberá en ningún caso a su memoria, sino a su capacidad musical. La memoria es una cualidad del buen músico pero no la garantía. Conozco personas que memorizan porque son incapaces de leer correctamente y eso es independiente de sus capacidades interpretativas, aunque esta falta de capacidad para la lectura puede ser un impedimento para entrar en la verdadera comprensión de la partitura, ya que uno de los elementos del buen intérprete es su preparación para analizar el texto. No olvidemos que estamos hablando de música escrita, no de música de tradición oral, aunque necesariamente debamos referirnos a menudo a la tradición interpretativa - por cierto, no siempre muy fiable: hay guardianes de la tradición que más bien parecen Cancerberos dispuestos a saltar al cuello del imprudente que se atreva a opinar sobre tal o cual ornamento o sobre determinado tempo-.
La mayor parte de los intérpretes, especialmente compositores, han gozado de una excelente memoria musical. Tal vez por eso la memoria ha sido considerada un ingrediente necesario para ser buen intérprete. Es legendaria la anécdota que cuenta cómo Mozart transcribió de memoria, después de una audición, el Miserere de Allegri que sólo era permitido interpretar en la Capilla Sixtina. Pero esta capacidad constituía una parte o faceta de su genio, no era en absoluto lo más importante. Y, en cualquier caso, trabajar el aspecto memorístico seguro que no nos hará ser como Mozart.
En tiempos de Mendelssohn, tocar de memoria no estaba muy bien visto ya que se consideraba un acto de vanidad. El propio compositor, cuya memoria era también prodigiosa, habiendo olvidado una partitura que tenia que interpretar en público, disimuló poniéndose una partitura diferente y haciéndose girar las páginas por un ayudante.
No negaremos que la memoria es un indicador de las capacidades de un intérprete y de su estado de buena forma, pero no es en absoluto la garantía de una buena interpretación. En último término la música no se mira. La música suena y basta.

Joan Josep Gutiérrez
2004

Más sobre Sviatoslav Richter: http://www.luventicus.org/articulos/02MyS006/